sábado, 6 de diciembre de 2008

Crónicas Vancouverenses I



La nostalgia me obligó a no posponer más este post. Creo que también es justo, he tenido un poco olvidado este espacio, no quería llegar al establecimiento de un día en particular para publicar, pero temo que tendrá que ser así.

Ya ha pasado más de un año desde que hice este viaje...

Espero recordar la mayor parte de él, aunque de antemano sé que mucho ya se ha perdido en algún rincón escondido de mi memoria, trataré de sacar lo más posible y plasmarlo aquí para que no sea olvidado tan fácil.

Todo comenzó en enero del 2007, cuando estuvimos platicando la posibilidad de irnos a Canadá a hacer dinero y turistear un rato, pues allá la paga es más que lo que podríamos ganar aquí.

Para marzo ya tenía mi boleto redondo con fecha de salida el 15 de mayo y regreso el 9 de agosto. Prácticamente la totalidad de mis días de vacaciones de verano. A partir de ese momento, ya quería que llegara esa fecha. La curiosidad era demasiada.

El tiempo pasó y llegó el día. Estábamos Nico (principal incitador de la realización de esta travesía) y yo en el aeropuerto con destino a Vancouver con una escala de 4 horas en Houston.

El vuelo no tuvo mayor contratiempo y estuvimos platicando sobre trivialidades y en otros ratos practicando nuestro plan ficticio de viajar por todo Canadá para que nos creyeran en la aduana que no nos pensábamos quedar a trabajar ilegalmente en sus tierras. Yo estaba un poco nervioso por los relatos de que hubo pobres diablos que se pusieron nerviosos y los regresaron gratis a México en calidad de deportados.

Llegó el momento, llegamos en la noche al aeropuerto de Vancouver con el aduanero... Transcribo (y traduzco) a continuación la conversación que tuvimos con nuestro primer contacto con un canadiense.

Aduanero: ¿Propósito de viaje?

Nico: Vamos a turistear durante 3 meses, llegar hasta Hudson Bay y de regreso.

A: ¿Dónde se van a quedar?

Master: En un hostal en Vancouver, Grand Trunk Hostel.

A: ¿Cómo se van a mover por Canadá?

N: Nos dijeron que era mejor investigar ya estando en Canadá si nos conviene rentar un carro o viajar en tren...

A: Hmm... ¿Y quién está pagando este viaje?

Ambos: Jeje, nuestros papás (la risa fue digna de un fresa tapatío).

A: ... (Nos quita los pasaportes y los sella)

A: Bienvenidos a Canadá.

Ya estábamos del otro lado... Literalmente.

El siguiente obstáculo a vencer era el transportarnos en una ciudad que no conocíamos, con unas indicaciones medio ambiguas y mucho sueño.

Tomamos un camión en el aeropuerto (Sí, a la 1:00 am había servicio de transporte público). Que se suponía que nos dejaría más cerca de nuestro destino y tendríamos que tomar un segundo camión para que nos dejara a unas cuantas cuadras.

Nuestra primera sorpresa es que no aceptan billetes en los camiones, por lo tanto, el chofer nos dejó pasar... Sin pagar. Una conducta desconocida, al menos por mi, en ese momento.

Después de bajarnos en un lugar equivocado, tomar otro camión, conversar con un vagabundo que decía que tenía un cuarto que nos podía rentar (Algo me hizo desconfiar de él, probablemente era la bolsa de botellas de PET que traía como equipaje), hacer que un camionero se desviara de su ruta para acercarnos, llegamos a la zona donde se encontraba nuestro hostal.

Caminamos un poco cuando nos dimos cuenta de que estaba plagado de vagabundos. Llegamos por fin al mentado hostal y la puerta estaba cerrada. Un vagabundo oriundo de Newfound Land (del otro lado de Canadá) nos dijo que ese hostal era caro y chafa, que mejor nos fuéramos al Cambie y que él nos guiaría para que no nos pasara nada.

Confirmado, no vuelvo a confiar en un vagabundo.

Nos llevó a un hostal feo y caro, y además nos pidió una cooperación voluntariamente a fuerzas por las molestias... Le di 5 dólares americanos y no se le hizo suficiente. Por suerte ya estábamos en la puerta del hostal y el portero corrió casi a patadas al vagabundo (parecía que era persona non-grata en el recinto).

Nos dieron el cuarto y un vale por un desayuno para la mañana siguiente. Estábamos algo cansados para pensar en el día siguiente, sólo queríamos dormir.

A la mañana siguiente nos aventuramos a nuestra primera opción para asegurarnos de que era caro y chafa como nos dijo el vagabundo... Sólo en una cosa tenía razón, era una pocilga. Pero no era caro y por lo tanto nos parecía más viable quedarnos ahí.

Nos mudamos y nos dedicamos a pajarear (turistear, bobear, visitar, conocer... algo así). En lo personal, nunca había estado en una ciudad de esa magnitud. Todo era nuevo y se veía más brillante de lo que realmente era. Me alegré porque no había perdido mi capacidad de asombro.


En la noche conocimos un grupo de mexicanos en el hostal. Pablo, Omar, Oscar y Rubén. Unos paisanos en toda la extensión de la palabra. Y muy buenas personas también, tuvimos mucha suerte de coincidir en ese lugar. Ellos también llegaron a Vancouver con la intención de trabajar y de hecho, acababan de conseguir un trabajo poniendo techos con un rumano.

Nuestros nuevos amigos nos pasaron algunos contactos para empezar a buscar trabajo, y empezamos la búsqueda al día siguiente. Sin frutos, pero seguimos conociendo la ciudad, el parque Stanley, la zona donde brotan los vagabundos, un supermercado oriental, entre otros spots turísticos. Aprovechando nuestro exceso de tiempo libre, fuimos a comprar nuestro equipo de albañil (casco y botas de casquillo) a una tienda llamada Army & Navy (No es lo que piensan, en realidad es como una tienda de 5 y 10 pero con más surtido, y comida caducada).

Por fin, dimos con un trabajo que nos aceptaron, pero por la paga decidimos que lo agarraríamos para fines de semana, en un auto lavado. Bastante cómico el jefe del ese autolavado. Era un inmigrante puertoriqueño llamado Alfredo, que tenía viviendo en Vancouver desde niño. Hablaba un inglés y un español muy fluido. Y era una botana.

La suerte nos sonrió, pues unos cuantos días después nos requirieron con el rumano en el negocio de los techos. Y fuimos a ver que tal estaba ese trabajo. Para ser ilegales, y haber conseguido trabajo en menos de una semana, era realmente admirable.

Nunca en mi vida me había sentido tan cansado y adolorido. Tenía un bronceado de napolitano en los brazos (vainilla, chocolate y fresa) y heridas por todos lados. Además de que sentía que todo mi cuerpo requería un esfuerzo todavía mayor para moverse.

En ese negocio duré tres sesiones. Nico tuvo cuatro días de trabajo de "roofer", pues hubo un día que sólo requerían cuatro mexicanos y no cinco. Por ende, me sacrifiqué por el equipo (con el pretexto de que tenía que ir por Marcia al aeropuerto... En realidad me dio una flojera impresionante ir a trabajar ese lunes).

Ya con Marcia en Vancouver (la primera en llegar de todo nuestro equipo de trabajo) le di un tour rápido por la ciudad. Al día siguiente, ella ya tenía trabajo en un restaurante con un iraní codo hasta... pues, los codos. El sueldo era realmente nefasto, pero estaba bien para empezar.
El restaurante se llamaba "Inn Cogneato", ubicado en North Vancouver.

El siguiente en llegar fue Alvaro, que se movió con sus conocidos y logró hasta que le propusieran matrimonio eventualmente. Él no llegó solo, venía con una parvada de arquitectos y lo cómico era que todos iban buscando trabajo juntos. A las 2 semanas de no conseguir trabajo, emigraron a otra ciudad donde radicaba la hermana de uno de ellos. Tengo entendido que les fue bien, más no como presumían que les iría.

Nosotros, por nuestra parte seguíamos buscando trabajo pues nuestros días de roofers se habían terminado. Probamos nuestra suerte como "Labors" en una construcción y fue de lo más deprimente. Estábamos bajo tierra quitando cimbras. Nueve horas seguidas. En la cadena alimenticia del negocio de construcción estábamos a la par (o abajo) de los residuos de concreto. Eramos los chalanes de los chalanes de los chalanes. No regresamos a trabajar el siguiente día.

Un poco desanimados por la falta de un trabajo estable, seguimos yendo al autolavado los fines de semana.

Entonces, cuando todo parecía perdido, Alfredo, el del autolavado nos dijo que un amigo suyo andaba buscando ayudantes de carpintería y nos mandó con él. El señor se llamaba Mansour, un iraní que tenía mucho tiempo viviendo en Vancouver, y tenía un acento bastante gracioso. Con él, trabajaba ya, otro mexicano del autolavado y su empleado estrella, Jorge (o George para los amigos), un brasileño que era buena persona y maldecía mucho en portugués cuando se equivocaba. Todo un personaje.

Habiendo sido aceptados en ese taller de carpintería donde los muebles fresas eran hechos por fresas de Guadalajara, comenzamos la rutina de los siguientes dos meses y medio.

Dejaré hasta aquí esta primera parte. En el siguiente post escribiré las anécdotas restantes.

2 comentarios:

is dijo...

ahhhhhhhhhhhhhhh por fin!!!! A ver si el siguiente es menos tardado...

is dijo...

heyyyyyyyyyy fotos!!!!